martes, junio 23, 2009

La carretera, de Cormac McCarthy

Lo que digo yo:

Como no he leído nada más del autor, me cuesta un poco discernir qué corresponde al estilo del autor y qué es del libro. En todo caso, McCarthy te pone un poquito a prueba en las primeras páginas: lenguaje con tintes poéticos, casi cifrado, casi telegráfico. Hay frases cortas, incluso sin enlazar con las anteriores. Sin embargo, una vez superado el shock inicial por el estilo (y viniendo de la lectura de libros mucho más sencillos en construcción), la verdad que te dejas llevar.


Un chico y su padre vagan por los bordes de una carretera. Son dos de los pocos sobrevivientes de algo terrible que McCarthy no explica, pero que tampoco hace falta. La lucha por encontrar comida, aunque es la misma cada vez que les acaban las provisiones, adquiere matices diferentes cada vez. Es decir, cada paso que dan es una prueba de lo difícil que es seguir vivos. Sin ser catastrófica, de alguna manera es una metáfora de la vida.


Hablábamos con el profesor de Escritura Creativa justamente de eso, del acto de supervivencia que significa levantarse cada mañana y llegar al trabajo, o ir a estudiar… de los peligros escondidos detrás de cada esquina y que obviamos, gracias a nuestro automatismo asimilado. McCarthy hace el ejercicio contrario, le da peso a cada manzana medio seca que se comen, a la presencia del “otro” que es siempre una amenaza.


Creo que hay momentos en que exige demasiado del lector, justamente por el estilo… pero no creo que sea negativo, es una opción estética del autor.



En todo caso, vale la pena.



Lo que dice la contraportada:

La carretera transcurre en la inmensidad del territorio norteamericano, un paisaje literalmente quemado por lo que parece haber sido un reciente holocausto nuclear. Un padre trata de salvar a su hijo emprendiendo un viaje con él. Rodeados de un paisaje baldío, amenazados por bandas de caníbales, empujando un carrito de la compra donde guardan sus escasas pertenencias, recorren los lugares donde el padre pasó una infancia recordada a veces en forma de breves bocetos del paraíso perdido, y avanzan hacia el sur, hacia el mar, huyendo de un frío «capaz de romper las rocas».

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