jueves, octubre 30, 2014

Abuelita, está linda la mar

Me ha costado muchos días tener el valor de sentarme a escribir sobre vos, abue. Lo he hecho en privado: ahora hay una libreta que empieza hablando de los días que pasé en Costa Rica, hace poco menos de tres semanas. Pero en público intento no ser excesiva: he entendido en pocos días que el duelo es personal, innegociable e intransferible. No sé cómo se hace... no sé qué hacer con este corazón arrugado, con este amor que es sólo tuyo y que ya no tengo a quien darle.

Pero es que tengo un tapón en el alma, una piedrita que contiene un dique. Lo abro a ratos, cuando siento que puedo controlarlo. Es que te extraño con toda el alma, extraño tener noticias tuyas desde aquí, extraño saberte allá, extraño hacer planes para la próxima vez que vaya a Costa Rica. Sé que cuando regrese y no pase por tu casa a saludar en cuanto llegue se me encogerá un poquito el alma, como se me encogió hace semana y media, cuando tu casa no fue la última que visité antes de coger el avión de vuelta.

¿Qué hago yo con este corazón arrugado, con este amor que es sólo tuyo y que ya no tengo a quien darle?

El sábado estuve en una playa, miré las olas, pensé en el poema. Abue... la mar estaba linda y el viento llevaba la esencia sutil de azahar. Guardo el gentil pensamiento, lo guardaré siempre. Te amo.

No sé cómo hacer esto de dejarte ir. No lo sé. Por ahora miro fotos, te lloro, me río. Pienso en lo afortunada que soy por haber vivido tantos años de mi vida con vos, en lo afortunados de todos los que te conocieron.

A tu vela vino una señora... contó que había sido vecina tuya en Guadalupe... hace muchos pero muchos años. Nos dijo que se había enterado de tu muerte y que venía a despedirse de una persona maravillosa. Nos contó que le dabas de comer porque en aquel momento estaba en una situación económica durísima, y que vos siempre tenías un plato de arroz y frijoles para ella. Venía a despedirse de una mujer preciosa que estaba dispuesta a comer la mitad con tal de que la vecina comiera.

Y pienso en las bromas (Chinto pinto gorgorinto saca la vaca por 25...), en las travesuras (comer masa cruda de pudín en un plato hondo y con cuchara), en los regaños tan breves y tan contados (un día nos fuimos de excursión escapadas), en tu risa, en tu sonrisa, en el "no estoy dormida, estoy descansando los ojos", en las veces que nos contabas historias de miedo al irse la luz, en tus tortillas aliñadas, en tus abrazos, en tus "te amo", en tus "bendiciones, mi amor", en la máquina de coser que era refugio, en las luchas por quién se sentaba en tus regazos, en tu arroz con leche, en los abrazos tibios y tan... tan... pienso en... pienso en cuánto te extraño. Y en cuánto te voy a extrañar.

No sé, abuelita, de verdad yo no sé soltarte. Sé que en algún plano estás mirándome, con una sonrisa preciosa. Sé que llevarte en el corazón es el lugar más seguro posible. Pero no me basta: saber que nunca más podré verte la cara, sonreír, oír tu voz, contarte cómo estoy, verte en tu silla leyendo el periódico... saber que este amor no tiene depositario... es tremendo. No sabía que la desolación y la tristeza son un aeropuerto estadounidense, un 12 de octubre del año 2014. No sabía que el corazón duele, físicamente, cuando el alma se parte. No lo sabía. Eso nunca me lo explicaste.

Te me fuiste abue. Te fuiste, pero dejaste algún mensaje. Gracias por los mensajes. Por cada uno de ellos. Por demostrarme tanto amor. Te fuiste.

Mierda. Te me fuiste.

Respiro. Lo intento, intento respirar y pienso: hace un par de años te conté un secreto y te hice una promesa. Sé que cuando la cumpla estarás aplaudiendo conmigo, sé que entonces tendremos un pacto, otro pacto. Y sentiré que seguís aquí.

Mierda. No sé hacerlo. No lo sé.

Tal vez algún día lo sepa, mientras tanto echo mano de la herencia de las lágrimas.




Abue.

¿Dónde te fuiste?

¿Y qué hago yo con este corazón arrugado, con este amor que es sólo tuyo y que ya no tengo a quien darle?

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